Para hacer silencio repetimos despacio en nuestro
interior
“Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad” (Sal 40 [39], 8)
TEXTO
[…] Razón es
que diga a vuestra reverencia algunos avisos que debe guardar con ellos [con
sus hijos espirituales], los cuales no son sino sacados de la experiencia de
yerros que yo he hecho; querría que bastase haber yo errado para que ninguno
errase, y con esto daría yo por bien empleados mis yerros.
Sea el primero que no se dé a ellos cuanto ellos
quisieren, porque a cabo de poco tiempo hallará su ánima seca, como la madre
que se le han secado los pechos con que amamantaba sus hijos. No los enseñe a
estar del todo colgados de la boca del padre; mas si vinieren muchas veces,
mándeles ir a hablar con Dios en la oración aquel tiempo que allí habían de
estar. Y tenga por cierto que muchos de éstos que frecuentan la presencia de
sus espirituales padres, no tienen más raíz en el bien de cuanto están allí
oyendo, y más es un deleite humano que toman en estar con quien aman y oyen
hablar, que en estar tomando cebo con que crezcan en la vida espiritual. Y de
aquí es que no crecen más un día que otro, porque piensan que todo lo ha de
hacer el padre hablando; y así hacen perder el aprovechamiento a su padre y
no crecen ellos cosa alguna.
Tienen también esta condición: que en cualquier
tribulación que les venga, luego corren a sus padres todos turbados, porque
ninguna fuerza tienen en sí; y aunque el padre no deba faltar en tales
tiempos, mas decirles que vayan delante nuestro Señor, y se le representen
con aquella pena, porque no pierdan tal tiempo de comunicación con Él, que es
el mejor de los tiempos; y para que le oigan con atención les envía Dios la
pena, no para que se vayan a consolar con
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grandes lumbres y aprovechamientos que Dios suele
dar al que acorre a Él en el tiempo de las tribulaciones.
La suma de esto es que les enseñe a andar poco a
poco sin ayo, para que no estén siempre flojos y regalados, mas tengan algún
nervio de virtud; y no se dé él tanto a otros, que pierda su recogimiento y
pesebre de Dios; porque más provecho hará con hablar un poco, si sale de
corazón encendido, que con derramar palabras frías acá y acullá. El medio en
esto pídalo a su conciencia, mirando que no se enfríe; y lo que mejor es,
pídalo al soberano Maestro que se lo enseñe por el espíritu suyo.
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