domingo, 3 de marzo de 2013

En 1970, el Maestro Ávila fue canonizado.

San Juan de Ávila, doctor .

En 1970, el Maestro Ávila fue canonizado. Tal honor, después de muchos siglos, le fue conferido por Pablo VI que pronunció una gran homilía.

Normalmente, las homilías en una beatificación y en una canonización suelen ser una descripción teológica del santo, sin entrar ni en anécdotas ni en posibles leyendas, sino destacando cómo la Gracia de Dios actuó en el santo, cómo el santo respondió a las llamadas de Dios, y de qué manera su vida es un evangelio vivido, con particulares acentos, para una época concreta.

El modelo sacerdotal que hallamos en san Juan de Ávila venía a ayudar a la Iglesia en aquellos momentos post-conciliares, los años setenta, en que se ponía en crisis la identidad y el sentido del ministerio sacerdotal; igualmente, en época de activismo, de confianza en los valores y proyectos pastorales, arrinconando la vida sobrenatural, san Juan de Ávila es maestro de oración y de interioridad para que el apostolado y la evangelización aporten frutos de vida y no simplemente slogans de moda.

San Juan de Ávila es modelo, testigo, referente, para nuestra época por varias razones. Las expondrá Pablo VI en la homilía de canonización (31 de mayo de 1970).


"Venerables hermanos y amados hijos:

Demos gracias a Dios que, con la exaltación del Beato Juan de Ávila al esplendor de la santidad, ofrece a la Iglesia universal una invitación al estudio, a la imitación, al culto, a la invocación de una gran figura de sacerdote.


Alabanzas al Episcopado español que, no satisfecho de la proclamación de Protector especial del Clero diocesano español, que nuestro predecesor de venerada memoria, Pío XII, hizo ya a favor del Beato Juan de Ávila, ha solicitado a esta Sede Apostólica su canonización, encontrando en nuestra misma persona las mejores y merecidas disposiciones para un acto celebrativo de tanta importancia. Quiera el Señor que esta elevación del Beato Juan de Ávila al catálogo de los Santos, en las filas gloriosas de los hijos de la Iglesia celestial, sirva para obtener a la Iglesia peregrina en la tierra un intercesor nuevo y poderoso, un maestro de vida espiritual benévolo y sabio, un renovador ejemplar de la vida eclesiástica y de las costumbres cristianas.

Un santo actual

Este nuestro deseo parece satisfecho al hacer una comparación histórica de los tiempos en los que vivió y obró el Santo, con nuestros tiempos; comparación de períodos ciertamente muy diversos entre sí, pero que por otra parte presentan analogías no tanto en los hechos, cuanto más bien en algunos principios inspiradores, ya de las vicisitudes humanas de aquel entonces, ya de las de ahora; por ejemplo, el despertar de energías vitales y crisis de ideas, fenómeno éste propio del siglo XV y también del siglo XX; tiempos de reformas y de discusiones conciliares como los que estamos viviendo. E igualmente parece providencial que se evoque en nuestros días la figura del Maestro Ávila por los rasgos característicos de su vida sacerdotal, los cuales dan a este Santo un valor singular y especialmente apreciado por el gusto contemporáneo, el de la actualidad.

San Juan de Ávila es un sacerdote que, bajo muchos aspectos, podemos llamar moderno, especialmente por la pluralidad de facetas que su vida ofrece a nuestra consideración y, por lo tanto a nuestra imitación. No en vano él ha sido ya presentado al clero español como su modelo ejemplar y celestial Patrono.

Nosotros pensamos que él puede ser honrado como figura polivalente para todo sacerdote de nuestros días, en los cuales se dice que el sacerdocio mismo sufre una profunda crisis; una "crisis de identidad", como si la naturaleza y la misión del sacerdote no tuvieran ahora motivos suficientes para justificar su presencia en una sociedad como la nuestra, desacralizada.

Todo sacerdote que duda de la propia vocación puede acercarse a nuestro Santo y obtener una respuesta tranquilizadora.

Igualmente todo estudioso, inclinado a empequeñecer la figura del sacerdote dentro de los esquemas de una sociología profana y utilitaria, mirando la figura de Juan de Ávila, se verá obligado a modificar sus juicios restrictivos y negativos acerca de la función del sacerdote en el mundo moderno.

Juan es un hombre pobre y modesto por propia elección. Ni siguiera está respaldado por la inserción en los cuadros operativos del sistema canónico; no es párroco, no es religioso; es un simple sacerdote de escasa salud y de más escasa fortuna después de las primeras experiencias de su ministerio: sufre enseguida la prueba más amarga que puede imponerse a un apóstol fiel y fervoroso: la de un proceso con su relativa detención, por sospecha de herejía, como era costumbre entonces. Él no tiene ni siquiera la suerte de poderse proteger abrazando un gran ideal de aventura. Quería ir de misionero a las tierras americanas, las "Indias" occidentales, entonces recientemente descubiertas; pero no le fue dado el permiso".

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