domingo, 15 de septiembre de 2013

Dentro de la Iglesia no hay que ser imgenuos.

Con la realidad, no debemos ser ingenuos, que el bien produzca siempre el bien y, el mal, el mal ´esto no es una regla de tres-. De vez en cuando, el bien produce el mal y viceversa. Pero uno debe actuar, por principio, como si hubiera una justicia universal capaz de reparar las iniquidades. Para el creyente la hay: es la justicia divina. Hay que saber vivir cada momento desde esta perspectiva. Nos recuerda el Eclesiastés: Injusticias de la vida
16 Vi más cosas debajo del sol: en lugar del juicio, la maldad; y en lugar de la justicia, la iniquidad. 17 Y dije en mi corazón: «Al justo y al malvado juzgará Dios; porque allí hay un tiempo para todo lo que se quiere y para todo lo que se hace.» 18 Dije también en mi corazón: «Esto es así, por causa de los hijos de los hombres, para que Dios los pruebe, y vean que ellos mismos son semejantes a las bestias.» 19 Pues lo mismo les sucede a los hijos de los hombres que a las bestias: como mueren las unas, así mueren los otros, y todos tienen un mismo aliento de vida. No es más el hombre que la bestia, porque todo es vanidad. 20 Todo va a un mismo lugar; todo fue hecho del polvo, y todo al polvo volverá. 21 ¿Quién sabe si el espíritu de los hijos de los hombres sube a lo alto, y el espíritu del animal baja a lo hondo de la tierra? 22 Así, pues, he visto que no hay cosa mejor para el hombre que alegrarse en su trabajo, porque ésa es su recompensa; porque, ¿quién lo llevará para que vea lo que ha de venir después de él? (Eclesiastés 3, 16-22).

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