miércoles, 10 de junio de 2015

Oración continua. Petición e invocación.


Oración continua. Petición e invocación.

"Hay dos suertes de beneficios: los temporales y los eternos. Los temporales son la salud, la hacienda, el honor, los amigos, la casa, los hijos, la mujer y las demás cosas de esta vida en la que andamos como viajeros. Considerémonos, pues, en un mesón donde somos caminantes que han de proseguir más allá, y no dueños. Los beneficios eternos son, en primer lugar, la vida eterna, la incorruptibilidad del cuerpo y del alma, la compañía de los ángeles, la ciudad del cielo, la corona inmarcesible, un Padre y una Patria; aquél, sin muerte, y ésta, sin enemigo. Hemos de ansiar estos bienes con vehemencia y pedirlos con perseverancia, menos con largos discursos y más con anhelos sinceros. Siempre ora el deseo, aunque la lengua calle. Siempre oras si deseas siempre. ¿Cuándo languidece la oración? Cuando se enfría el deseo.
Pidamos con toda avidez, por tanto, aquellos beneficios sempiternos; busquemos aquellos bienes con interés sumo; pidámoslos sin vacilaciones. Son dones siempre provechosos, que nunca perjudican, mientras que los corporales a veces aprovechan y a veces dañan. A muchos hizo bien la pobreza y causó mal la riqueza; a muchos les aprovechó la vida privada y les hizo daño el encumbramiento de los honores. También algunos sacaron provecho del dinero y de los altos puestos: quienes los usaron bien; pero quienes los utilizaron mal, salieron con daño por no habérselos quitado.
En resumen, hermanos: pidamos los bienes temporales discretamente, y tengamos la seguridad—si los recibimos—de que proceden de quien sabe que nos convienen. ¿Pediste y no recibiste? Fíate del Padre; si te conviniera, te lo habría dado. Juzga por ti mismo. Tú eres delante de Dios, por tu inexperiencia de las cosas divinas, como tu hijo ante ti con su inexperiencia de las cosas humanas. Ahí tienes a ese hijo llorando el día entero para que le des un cuchillo o una espada. Te niegas a dárselo y no haces caso de su llanto, para no tener que llorarle muerto. Ahora gime, se enfada y da golpes para que le subas a tu caballo; pero tú no lo haces porque, no sabiendo conducirlo, le tirará o le matará. Si le rehúsas ese poco, es para reservárselo todo; le niegas ahora sus insignificantes demandas peligrosas, para que vaya creciendo y posea sin peligro toda la fortuna". (San Agustín (Sermón 80, 2, 7-8)

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