miércoles, 1 de enero de 2020

Comentario a las lecturas de Santa María Madre de Dios. 1 de wnwro 2020

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Llamados a la intimidad con el Señor.: Comentario a las lecturas de Santa María Madre de...



Del Concilio de Éfeso debemos
rescatar su esfuerzo por definir el misterio de la unidad entre las dos
naturalezas, lo cual nos ayudará a pensar en Cristo verdaderamente hombre,
comprometido a tal punto con la humanidad, que asume totalmente la condición
humana desde su nacimiento.
Después
del Concilio de Éfeso (431) santa María es invocada con el título de Madre de
Dios tanto en Oriente como en Occidente. La liturgia romana le dedicó la fiesta
más antigua de María en la octava de Navidad. La historia olvidó esta fiesta y
Pablo VI la recuperó "para recordar
el papel que María tuvo en este misterio de salvación y alabar la dignidad
singular de que goza 'aquella por cuya maternidad virginal ... hemos recibido
... a Jesucristo, el autor de la vida' (colecta)
" (Marialis Cultus,
1974).
La
Iglesia siempre ha visto una unidad llena de delicadeza entre la maternidad
divina de María y su santidad única (Verbum Dei corde et corpore suscepit).
 La imagen de la Virgen María sosteniendo a su
Hijo Jesús en sus brazos, repetida de tantas formas en nuestra tradición
iconográfica y en la de los pueblos cristianos, expresa ya todo el misterio que
celebramos hoy. María concibió a Jesús y le amó como nadie le ha amado. Ese
amor no consistió en un simple sentimiento sino que la hizo generosa, activa y
fiel al servicio de Jesús y siempre a su lado incluso en los momentos más
difíciles. Y a la vez, su amor fue Don del Espíritu que la hizo santa e
inmaculada. La comunión íntima de María con Jesús tiene un momento último: ella
nos lo ofrece a todos nosotros, y así es como se manifiesta Madre de la
Iglesia.
El Verbo, por lo tanto, no es
"aparentemente hombre". Jesús no se "vistió" de carne
humana. Desde el misterio de la encarnación Dios es hombre... y la naturaleza
humana ve en Cristo el proyecto de Dios hacia toda la humanidad. Cristo es,
entonces, el modelo humano hacia el cual tendemos y el cual anhelamos.
En este sentido María se
convierte en la madre del Verbo Encarnado, y en cuanto en él coexisten ambas naturalezas
en la misma Persona Divina, ella es entonces verdaderamente Madre de Dios.
Obviamente, no se trata de
afirmar la maternidad de María respecto de la divinidad en cuanto tal, sino su
maternidad en respecto al Verbo Encarnado, histórico, revelador, mediador y
liberador.
Sintámonos unidos a la
tradición creyente que en oración repite "Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros...". La fe
cristiana no puede basarse ni apoyarse únicamente en la racionalización de los
enunciados; es también un creer histórico y una unidad en la fe de un pueblo
que en la historia manifiesta lo que cree.

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