Hacia mediados de siglo andaba considerando la idea de institucionalizar el
movimiento de reforma sacerdotal que había surgido en torno a sí y que lo seguía
en su camino de intensa vida espiritual y amor a la Iglesia (21). En algún momento, además de los numerosos sacerdotes que
se hacían cargo de obras avilinas, no sólo en España, sino también en Portugal,
donde había un colegio de sacerdotes discípulos suyos, Ávila llega a tener
juntos a más de veinte compañeros reunidos en el Alcázar viejo. Pero el asunto
simplemente no cuajó. Y así, él mismo alienta a no pocos de sus discípulos a
entrar a la Compañía de Jesús. Ellos van entrando de a pocos. Igualmente va
entregando algunos de sus colegios a los de la Compañía.
San Juan y San Ignacio de Loyola intercambian cartas. Al ser informado por
Ignacio sobre las incomprensiones y confrontaciones que la nueva forma religiosa
de los jesuitas despertaba, Ávila le escribe una histórica carta a Ignacio, en
la que en medio de hondas reflexiones espirituales sobre una nueva fundación,
señala: «desde el principio del mundo nunca faltó bondad que padeciese y malicia
que persiguiese».
El Santo de Loyola estaba totalmente persuadido de la conveniencia de que el
de Ávila ingresara a la nueva sociedad religiosa. Por unas notas tomadas por
Juan Alfonso de Polanco (22) para una carta
de San Ignacio, se sabe lo que el fundador de la Compañía pensaba: «Una letra,
mostrable a Ávila, donde diga que en tanta uniformidad de voluntades y modos de
proceder del Mtro. Ávila y nosotros, que no me parece que quede sino que
nosotros nos unamos con él o él con nosotros, para que las cosas del divino
servicio mejor se perpetúen» (23).
Se habla de fusión, integración. San Ignacio da sus directivas desde Roma
urgiendo establecer más contactos con el P. Ávila y los suyos. Éste tenía gran
simpatía por el nuevo Instituto, e incluso ofrece donarle los colegios que en
diversos lugares había fundado. Su entusiasmo y aprecio a la primitiva Compañía
es grande, tanto que incluso anima a quienes dudan en ingresar en ella. Así, por
ejemplo, a un hijo de la marquesa de Priego, Antonio de Córdoba, a quien escribe
resolviéndole las dudas despertadas por prejuicios que muchos tenían en relación
a los padres de la Compañía: «Ni daña ser gente nueva, porque si eso bastara
para condenar, ¡cuántas de cosas buenas fueran condenadas!». Añadiendo luego de
animarle a decidirse a favor de ingresar a la nueva sociedad: «porque la
experiencia nos dice que las Órdenes tienen más fervor en los principios que
después, y es bueno gozar del fervor en los principios que después». Otra carta
seguirá, en donde se ve cómo San Juan tomaba como asunto suyo alentar el ingreso
a la Compañía de Jesús: «Los peces grandes son malos de tomar, y han menester
muchas vueltas, río abajo y río arriba, hasta que cansados tengan poca fuerza y
los prenda del todo el anzuelo». Finalmente, accedía don Antonio, ingresando a
la Compañía de Jesús, en Oñate. Con el correr del tiempo se convertiría en uno
de los forjadores del estilo educativo jesuita, contribuyendo a él desde la
pedagogía avilina.
Así de entusiasmado andaba Ávila con los jesuitas, a quienes frecuentaba, y
en una de cuyas Iglesias pediría ser enterrado. Pero pasa el tiempo y Ávila,
amigo y en cierto sentido protector del entonces nuevo instituto, no ingresa a
él. Tampoco ese asunto cuajó. Él continúa animando y liderando a los sacerdotes
que se reúnen en torno a la perspectiva avilina. «Todos ellos tienen un
denominador común, a pesar de ministerios muy diversos y de encontrarse en casi
todas las regiones de España: predicar el misterio de Cristo, enderezar las
costumbres, renovación de la vida clerical según los decretos conciliares, no
buscar dignidades ni puestos elevados ("atributo común de todos los discípulos",
dice Muñoz (24)), vida intensa de oración y
penitencia, paciencia en las contradicciones y persecuciones, sentido de
Iglesia, enseñar la doctrina cristiana ("ejercicio común a todos los
discípulos"), dirección espiritual, etc.» (25).
Cerca de treinta discípulos suyos se harán jesuitas. Otros, reunidos bajo una
regla común en la zona de Tardón, restauraron en España la antigua Orden de los
basilios. Aún otros, reunidos en un paraje de la Sierra Morena, la Peñuela,
optan por tomar el hábito de los carmelitas de la reforma de los descalzos. San
Juan de Ávila había también apoyado a Santa Teresa de Jesús, y éstos sin duda lo
sabían. Otros seguirán su camino como sacerdotes seculares. Los avilinos, pues,
forman una buena simiente de la que se nutren institutos religiosos que llevan
adelante la Reforma Española, y lo que algunos mal llaman "contra-reforma" ya
que en realidad se trata de la Reforma Católica que tomando origen en las
reformas del siglo XV y lo que iba del XVI recibe un impulso unitario en el
Concilio de Trento.
Conociendo la vida de San Juan de Avila.
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