Reforma sacerdotal
Ávila era un convencido de la necesidad de la reforma, y para llevarla adelante cree en la necesidad fundamental de reformar al clero (18). ¡Urgen santos sacerdotes! En tiempos de Trento, en un memorial, sostiene: «Ya consta que lo que este santo Concilio pretende es el bien y la reformación de la Iglesia, y para este fin también consta que el remedio es la reformación de los ministros de ella. Y como éste sea el medio de este bien que se pretende, se sigue que todo el negocio de este santo Concilio ha de ser dar orden cómo estos ministros sean tales como oficio tan alto requiere. Pues esta sea la conclusión: que se dé orden y manera para educarles a que sean tales: y que es menester tomar el negocio de más atrás y tener por cosa cierta que, si quiere la Iglesia buenos ministros, conviene hacellos; y si quiere tener gozo de buenos médicos de las ánimas, ha de tener a su cargo de los criar y tomar el trabajo de ello; y sin esto no alcanzará lo que desea». Escribe dos memoriales para el Concilio de Trento, además de unas advertencias para el concilio que se realizaría en Toledo para aplicar Trento.
Es importante destacar que el principio de la recta instrucción y formación tiene para el Santo una muy importante base teológica y pastoral. No sólo está orientado a la reforma del clero y encaminado a la constitución de seminarios, sino también a la reforma de todos los demás fieles. Se podría decir que la instrucción y la internalización son para él fundamentales en su perspectiva pastoral de la urgencia de la reforma general. La fe que ilumina la mente y arde en el corazón es el camino de la reforma.
Los hoy conocidos memoriales de San Juan fueron escritos a petición del Arzobispo de Granada, don Pedro Guerrero, presidente de la delegación de los obispos españoles a Trento (19). En relación al primero, Mons. Guerrero explícitamente lo «hará suyo en el Concilio de Trento, con aplauso general», como dice el Papa Pablo VI (20). El tema que ha pasado a la historia es aquel de la reforma del clero y de los medios para ello. No se trata sólo de un catálogo de males en el clero; hay avisos prudentes y, más aún, medios prácticos para encontrar una solución. Para la reforma de las costumbres, el de Ávila no cree en la suficiencia de la leyes, por buenas que sean, por sí mismas. Ciertamente no confía en su condición de vis compulsiva. Más que en la conminación o el castigo cree en la educación, en la internalización de los valores, en la convicción personal. Así, dice en su primer Memorial: «Mas, como no haia fundamento de virtud en los súbditos para cumplir estas buenas leyes, y por eso le son cargosas han por fuerza de buscar malicias para contaminarlas y disimuladamente huir de ellas, o advertidamente quebrantarlas». Más que la compulsión propone el camino del conocimiento, la internalización y el amor; así, «los eclesiásticos» -que a ellos va dirigido principalmente el asunto- «facilmente cumplirán lo mandado; y aún harán más por amor que la ley manda por fuerza».
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