Según estas coordenadas la
figura del sacerdote y su espiritualidad propia, según el Maestro Ávila, se
puede esquematizar en los siguientes puntos (que él mismo vivió heroicamente)
1. Predicador evangélico
® San Juan de Ávila fue ante todo un gran predicador del Evangelio.
Su predicación abarcaba todos los géneros: sermones, pláticas, catequesis, etc.
® Era un excelente comunicador (como diríamos hoy) y sabía
adaptarse a la gente sencilla. A veces se prolongaba más de una hora (eso nos
cuentan testimonios fidedignos). ¡Asombroso!
® El contenido de su predicación era el Evangelio; todo giraba en
torno al misterio de Jesucristo. Era tal su celo que sus palabras producían
grandes conversiones, como fue el caso de San Juan de Dios.
® El epitafio de su sepulcro: "Messor eram" ("Era
sembrador"), se refiere sobre todo al ministerio de la Palabra.
2. Director espiritual (Buen pastor)
® El Maestro Ávila fue un director espiritual muy apreciado y
solicitado. Uno de los autores espirituales más consultados de su época.
® Dirigía a personas de toda condición social: gente sencilla e
intelectuales, laicos o religiosos, obispos, autoridades civiles.
® Señalaba a todos los caminos de la auténtica vida espiritual, sin
rebajar sus exigencias, invitando siempre al propio conocimiento, a la
confianza en el amor de Dios y al cumplimiento generoso de la voluntad divina.
3. Enamorado de la Eucaristía
® Su vida espiritual fue eminentemente eucarística. Algunos datos
significativos:
® en su sello personal aparece una hostia consagrada sobre un
cáliz.
® Se han conservado 27 sermones dedicados íntegramente a la Eucaristía.
® Fue un gran apóstol de la comunión frecuente (en una época en que
no era la praxis habitual).
® La centralidad de la Eucaristía en el ministerio sacerdotal sale
por doquier:
"En el oficio sacerdotal representamos la
persona de Jesucristo nuestro Señor" (Plática 2ª).
Y la
celebración eucarística es el centro: "En
la Misa nos ponemos en el altar en persona de Cristo a hacer el oficio del mismo
Redentor" (Carta 157). Por hacer al Señor presente, "relicarios somos de Dios, casa de Dios y, a
modo de decir, criadores de Dios" (Plática 1ª, 123).
® En la Eucaristía
es donde se aprecia mejor toda la dinámica del la vida y ministerio sacerdotal.
"El sacerdote representa en la Misa
a Jesucristo nuestro Señor" (Tratado del sacerdocio, n.10). Es allí
principalmente donde el Señor pone "en
manos de ellos su poder, su honra, su riqueza y su misma persona"
(Plática 1ª; Tratado sobre el sacerdocio n. 25).
® Esta representación se realiza de modo eminente en el Sacrificio
del Altar: “El sacerdote en el altar
representa en la Misa a Jesucristo nuestro Señor (...), y es mucha razón que
quien le imita en el oficio, lo imite en los gemidos, oración y lágrimas que en
la Misa que celebró el viernes santo en la Cruz, en el monte Calvario, derramó
por los pecados del mundo (...). En este espejo sacerdotal se ha de mirar el
sacerdote para conformarse en los deseos y oración con El” (Sermón 10).
® La Eucaristía es "un gran fuego en nuestro seno" (Sermón 28). El sacerdote es
amado por Dios con predilección: "Con
inefable amor dio a los sacerdotes ordenados... que, diciendo las palabras que
el Señor dijo sobre el pan y vino, hagan cada vez que quisieren lo mismo que el
Señor hizo el Jueves Santo" (Sermón 35).
® El sacerdote vive su participación en el
sacerdocio de Cristo, principalmente por medio de la Eucaristía, donde se anuncia, celebra y comunica el misterio
pascual de Cristo:
"El sacerdote representa en la Misa a Jesucristo
nuestro Señor, principal sacerdote y fuente de nuestro sacerdocio"
(Tratado del sacerdocio, n. 10; cfr. Sermón 56).
4. Hombre de oración
® La vida de oración es otro componente esencial de la santidad
sacerdotal. A través de la oración el sacerdote debe tener una relación de
profunda amistad con Dios:
“A los sacerdotes digo que sepan que han de tener un trato muy familiar
con Dios, un admitirlos Dios a su conversación como amigos suyos” (Plática
3).
® La figura del Maestro Ávila es la de un hombre de oración, de un
contemplativo que estaba siempre en la presencia de Dios.
® Sus biógrafos señalan que no predicaba un sermón que no estuviese
precedido de muchas horas de oración.
® Hacía todos los días dos horas de oración por la mañana y dos
horas por la tarde
® El sacerdote que no reza no puede aconsejar eficazmente a los demás:
“No hay
cosa que más ha de amar y tener, el que dirige (almas), que la oración. El
sacerdote que no ora no ha aprendido sus ceremonias, y si no ora, darme ha por
consejo de Dios, consejo suyo; por respuesta divina, respuesta de hombre” (Sermón
5 [2]).
® El tema la oración sacerdotal está ampliamente explicado en los diversos
escritos avilistas. La Plática segunda está casi toda centrada en este tema:
"Y aquél ha de tener por oficio orar, que
tiene por oficio el sacrificar, pues es medianero entre Dios y los hombres,
para pedirle misericordia" (Plática 2ª). Se necesitan "en la Iglesia corazones de madre en los
sacerdotes que amargamente llorasen de ver muertos a sus espirituales hijos"
(Plática 2).
® Esta oración se traduce en los gemidos del
Espíritu, puesto que es don suyo (Plática 2ª; cfr. Rom 8,26-27). Y aunque el
sacerdote no pueda pasar siempre las noches en oración, "a lo menos tiene sus ratos diputados para
ello" (ibídem). "Conviénele
orar al sacerdote, porque es medianero entre Dios y los hombres"
(Plática 3ª). "¡Oh sacerdotes!...
habíamos de andar siempre importunando a Nuestro Señor con oraciones"
(Sermón 13).
® Intercesión e intimidad se relacionan estrechamente:
"Esto, padres, es ser sacerdote, que
amansen a Dios cuando estuviere, ¡ay!, enojado con su pueblo; que tengan
experiencia que Dios oye sus oraciones y les da lo que piden, y tengan tanta
familiaridad con él" (Plática 1ª).
® En cuanto a la naturaleza de la oración, la define como un
coloquio secreto y amigable:
“Y por la oración entendemos aquí una secreta e interior habla con que
el ánima se comunica con Dios” (Plática 70).
® Insiste de diversas maneras en la necesidad de la oración:
“Todos los engaños vienen de no orar. Tráete la carne halagos, convídate
el mundo, date muerte diciendo que es vida, ¿no oras, no te encomiendas a Dios?
No te espantes que todo te derribe y todo te engañe” (Sermón 13).
5. Devoción mariana
® San Juan de Ávila fue devotísimo de la Virgen. Baste recordar que
en el momento de su muerte recitó está oración mariana: "Acuérdate, Virgen Madre, cuando estés ante
Dios, de hablar cosas buenas en nuestro favor, y apartes su enfado de nosotros".
® Los sermones dedicados directamente a la Virgen (nn. 60 a 72) han
sido llamados "El libro de la Virgen". Por otra parte, todos los
sermones comienzan con una invocación a María.
® La espiritualidad sacerdotal para el
avulense es eminentemente mariana,
especialmente por su relación con la Eucaristía:
"Mirémonos, padres, de pies a cabeza, ánima y
cuerpo, y vernos hemos hechos semejantes a la sacratísima Virgen María, que con
sus palabras trujo a Dios a su vientre (...). Y el sacerdote le trae con las
palabras de la consagración" (Plática 1ª; Carta 157).
® Por esto, María considera a los sacerdotes
como parte de su mismo ser: "Los
racimos de mi corazón, los pedazos de mis entrañas" (Sermón 67).
6. Eclesialidad: reformador de la Iglesia
® El avulense fue un gran reformador de la Iglesia como se
comprueba tanto por su intensa actividad de promoción sacerdotal como por sus
conocidos memoriales al Concilio de Trento de contenido reformador.
® Para él la clave de la reforma de la Iglesia consistía en la
reforma del clero (obispos y sacerdotes). Para ello había que proporcionar una
buena formación a los sacerdotes tanto teológica como espiritual. Este es el
objetivo que se propone con sus abundantes fundaciones educativas para promover
y formar a las nuevas vocaciones sacerdotales. La principal de las cuales fue
la Universidad de Baeza.
® Por otra parte, la dimensión eclesial de la espiritualidad
sacerdotal se manifiesta, entre otros trazos, en que los sacerdotes son la faz
de la Iglesia y los ojos de la Iglesia:
“El sacerdote como Orígenes
dice, es faz de la Iglesia; y como en la faz resplandece la hermosura de todo
el cuerpo, así la clerecía ha de ser la principal hermosura de toda la Iglesia”
(Tratado sobre el sacerdocio, 11).
“¡Quién pensara
que tanto importaba el ejercicio de la oración en la Iglesia! ¿Quién contara
los daños que por falta de ella ha habido? Y plega a Dios que sepamos llorar
los males que por nuestra falta han venido, y entendamos que nosotros somos los
ojos de la Iglesia, cuyo oficio es llorar los males todos que vienen al cuerpo”
(Plática, 2).
3. El testimonio de su vida sacerdotal
® Veamos ahora las virtudes sacerdotales encarnadas en su vida
sacerdotal y vividas en grado heroico
® Completaremos así el cuadro de su espiritualidad
1. Pobreza evangélica
® El desprendimiento y la pobreza se manifestó a lo largo de toda
su vida. Después de su ordenación sacerdotal repartió todos sus bienes entre
los pobres y necesitados; sus padres que eran muy ricos le habían dejado un
amplio patrimonio al cual él renunció desde el principio, y vivió toda su vida
desprendidamente.
® Entre otros muchos detalles de pobreza se pueden señalar su
costumbre de no recibir nunca estipendios por su labor pastoral.
® Varias veces se le propuso el episcopado al cual siempre
renunció.
® Cuando se retiró a Montilla se le ofreció vivir desahogadamente
en el palacio de la Marquesa de Priego; renunciando a esas comodidades solo
aceptó una pequeña y modesta casa donde vivió hasta el final.
® Y cuando llegó el momento renunció a hacer testamento pues, dijo,
"no tengo nada que testar".
2. La virtud de la humildad
® Su humildad y sencillez de
corazón se puso especialmente de manifiesto en el proceso inquisitorial que
tuvo que sufrir, que le llevó a permanecer en la cárcel más de un año.
® Sin embargo este duro trance, produjo en él un gran provecho
espiritual; afirmaba que en la cárcel aprendió de verdad el misterio de Cristo,
más que durante sus estudios universitarios complutenses.
® No quedó en él ningún recelo ni
rencor hacia la autoridad eclesiástica.
3. La locura de la Cruz
® Durante su retiro en Montilla
estando enfermo tuvo que sufrir abundantes molestias y dolores físicos, sobre
todo los últimos años. Su gran amor a la Cruz quedó patente de modo
heroico.
® Cuando arreciaba más el dolor, oraba así: "Señor, habeos
conmigo como el herrero: con una mano me tened, y con la otra dadme con el martillo".
® A principios de mayo de 1569 su estado de salud se agravó
notablemente; en medio de un intenso
dolor, repetía con frecuencia: "Señor, más mal y más paciencia; oh Señor
mío, crezca el dolor y crezca el amor, que yo me deleito en el padecer por vos".
4. Generosidad y amplitud de miras
® Su apertura de mente y su generosidad en el trato con sus amigos
y colaboradores resalta en su relación con San Ignacio de Loyola, que le
animaba a ingresar en la Compañía; no le parecía que fuera lo suyo en parte por
su débil salud, en parte porque había algunos puntos de desacuerdo con él.
® Esto no fue obstáculo para que su amistad y su colaboración
fueran cordiales y permanentes. De hecho a muchos de sus discípulos les orientó
hacia la Compañía procurándole abundantes vocaciones (al parecer más de 30).
5. Fuego (celo) apostólico
® Resalta siempre su vibrante celo apostólico.
® Durante toda su vida desarrolló una incesante e intensa labor
pastoral, viajando por toda Andalucía y Extremadura.
® Desarrolló una amplísima labor de dirección espiritual (sobre
todo con jóvenes candidatos al sacerdocio y sacerdotes).
® Fue uno de los personajes más consultados de su época (santa
Teresa de Jesús; san Ignacio; san Juan de Ribera, ect.).
® Mediante su predicación llena de fuego espiritual logró muchas
conversiones; algunas especialmente relevantes en su tiempo: Dña. Sancha
Carrillo; Juan de Dios; Francisco de Borja, etc.
6. El apostolado de la pluma
® Su celo apostólico le llevó también a ejercer con notable éxito
el "apostolado de la pluma"; fue un fecundo escritor espiritual
y teológico.
® Algunos escritos suyos alcanzaron una enorme difusión como el Audi filia.
® Su Epistolario es muy abundante y a través de él dio consejos
espirituales a multitud de personas de toda condición; santa Teresa de Jesús,
entre otras, a la que dirigió una larga y famosa carta que la consoló mucho.
7. Conocimiento de las Sagradas Escrituras
® Llama la atención poderosamente su profundo conocimiento de las
Sagradas Escrituras.
® Se llegó a decir que si por desgracia la
Biblia se llegara a perder, él solo la restituiría a la Iglesia porque se la sabía
de memoria.
® Del mismo modo conocía a fondo a los Padres de la Iglesia más
importantes, a los cuales cita con profusión.
8.
Teología orante y sapiencial
® No fue un teólogo académico en sentido propio (profesor de teología);
sin embargo se puede decir que fue un profundo teólogo, como consecuencia de su
buena formación recibida en la Universidad de Alcalá, pero sobre todo de su
profunda experiencia de Dios.
® En tal sentido afirmaba Benedicto XVI:
"No elaboró nunca una síntesis sistemática de su enseñanza teológica,
pero su teología es orante y sapiencial. En el Memorial II al concilio de
Trento da dos razones para vincular la teología y la oración: la santidad de la
ciencia teológica y el provecho y edificación de la Iglesia.
® Como verdadero humanista y buen conocedor de la
realidad, la suya es también una teología cercana a la vida, que responde a las
cuestiones planteadas en el momento y lo hace de modo didáctico y comprensible.
(...)
® La enseñanza de Juan de Ávila destaca por su
excelencia y precisión, por su extensión y profundidad, fruto de un estudio
metódico, de contemplación, por medio de una profunda experiencia de las
realidades sobrenaturales"
Carta
Apostólica, n.8. (17 octubre 2012), con ocasión
de su nombramiento como Doctor de la Iglesia Universal.
No hay comentarios:
Publicar un comentario