lunes, 30 de julio de 2012

AUDI, FILIA: Parte 4 CAPITULO 101

AUDI, FILIA: Parte 4  CAPITULO 101
De un ejercicio para negar la propia voluntad; y de la obediencia que se debe tener a los mayores; la cual es
camino para alcanzar la abnegación de la propia voluntad; y cómo se habrá el superior con los súbditos.
Y porque no se puede subir a lo alto, si primero no comienzan de lo bajo, os aviso que para subir a esta
alteza de negar vuestra voluntad en cosas mayores, os acostumbréis a negarla en cosas menores; y no para
quedaros en ellas, mas para pasar por ellas a lo que en mayor. Ninguna cosa hagáis, penséis ni habléis, que vaya guiada por cumplir con vuestra gana o voluntad; mas en sintiéndoos aficionada a algo de esto, entended que no estáis para lo hacer. Porque las cosas no os han de llevar a vos cautiva hacia sí mismas, mas vos con libertad cristiana traedlas a ellas a vos. Antes que comáis habéis de mortificar el apetito de la gula, y ordenar la comida a obediencia de Dios, que manda que comáis para sustentar vuestra vida.
Y antes que entendáis en la hacienda habéis de mortificar la codicia, y después entender en la obra porque Dios lo manda, para vuestras necesidades y de vuestros prójimos. Y por estos ejemplos entenderéis que en todas las cosas habéis de quitar la propiedad de vuestra voluntad, y hacerlas porque Dios lo manda, o vuestros mayores.
Y acordaos que ésta es la manera como los viejos
del yermo criaban a sus discípulos, quitándoles lo que
querían, y haciéndoles obrar lo que no querían, para que
en todo y del todo tuviesen negada su voluntad. Y del que
en estas cosas bien aprobaba, tenían buena esperanza
que llegaría a la perfección; y del otro sentían mal,
porque les parecía que quien en cosas pocas faltaba,
más faltaría en las mayores; y que una voluntad
acostumbrada a hacer lo que quiere en cosas de poca
importancia, se hallará muy rebelde para negarse en las
mayores. Por tanto, haceos baja y sujeta a toda
criatura—como dice San Pedro (1 Petr., 2, 13)—y que
pueda quienquiera pasar por vos, y hollar y contradecir a
vuestra voluntad, como a un poco de lodo. Y a quien más
os ayudare a esto, más le amad y agradeced, porque os
ayuda a vencer vuestros enemigos, que son vuestro
parecer y vuestra voluntad.
Haced, pues, cuenta que vuestra madre en vuestra
abadesa (Doña Sancha Carrillo, a quien va
dirigido este libro, vivía vida retirada en la casa
paterna), a la cual obedeced con profunda humildad, sin
cansaros. Y no seáis como algunas que en tomando tocas
honestas, se desmandan, y echan de sí la obediencia de
sus padres y mayores, no obedeciéndoles, estando en
casa. Y algunas salen de casa sin licencia, y todo con
título de servir a Dios; como en la verdad no haya cosa
más contraria de ello, como lo que éstas hacen. Cristo,
obediente fue a su Padre en vida y en muerte; y también
obedeció a su Santísima Madre, y al Santo José, como
cuenta San Lucas (2, 51). Y no piense nadie de poder
agradar sin obediencia al que tan amigo fue de ella, que
por no la perder, perdió la vida en la cruz. Y no os
espantéis de que tanto os encomiende la obediencia;
porque como el mayor peligro que tiene vuestro estado
es no estar encerrada, si nos os proveéis con huir mucho
de vuestra voluntad y ser sujeta a la ajena, será añadir
peligro a peligro, e iros ha mal; porque vuestra seguridad
está en no querer libertad.
Y por esto no os contentéis con obedecer a vuestros
padres, mas también lo haced a los mayores que en
vuestra casa estuvieren. Y si del todo queréis ser
obediente, también obedeced a los menores, si la orden
de casa no se perturba por esto. Mas si es menester que
vos los mandéis en lo de fuera, teneos por sujeta a ellos
en lo de dentro. Y para hacer esto con mayor esfuerzo,
acordaos de cuando el soberano Maestro y Señor (Jn., 13,
14) se hincó de rodillas, como si fuera sujeto o menor, a
lavar los pies de aquellos que bien le querían, y de aquel
que empleó los pies lavados en ir a entregar a la muerte
al que con tanta humildad y amor se los había lavado.
Acordaos muchas veces de acueste paso, y traed en
vuestra ánima aquella palabra que entonces dijo: Si yo,
siendo Señor y Maestro, os lavé los pies, ¿cuánto más
debéis vosotros lavarlos unos a oíros?
Y así amad a los menores que estuvieren en vuestra
casa, como si fuérades padre o madre de ellos. Y
trabajad por ellos en lo que os hubieren menester corno
si fuérades su esclava, llevando con paciencia la
pesadumbre de sus condiciones, y demasía de sus
palabras, y aun las injurias de obra. No seáis humilde
para los de fuera de casa, y soberbia para los que están
en ella. Ejercitad la virtud con los que tenéis más cerca y
más a la mano, y ensayaos en vuestra casa para saber
conversar fuera de ella.
Y acordaos de aquella santa mujer enseñada por
Dios, Santa Catalina de Sena, cuya vida deseo que leáis,
no para desear sus revelaciones, sino para imitar sus
virtudes. Que, aunque sus padres la estorbaban el
camino que ella tomaba para servir a Dios, no se turbó ni
los dejó. Fuera de la celda la echaron, donde ella tenía
sus santos ejercicios; y en lugar de ella, la pusieron que
sirviese en la cocina; mas porque se humilló y obedeció,
halló a Dios en la cocina tan bien o mejor que en la
celda. No os ahoguéis vos, si al tiempo que queréis rezar
os mandaren vuestros padres o Prelados hacer otra cosa;
mas ofreciendo vuestro deseo al Señor, haced lo que
por vuestros mayores os fuere mandado, con mucha
humildad y sosiego, teniendo confianza que obedeciendo
a vuestros mayores, obedecéis a Dios; pues que está
mandado por Él en su cuarto Mandamiento.
Y no por esto se excusa que podéis vos pedir con
humildad a vuestros padres que os den algún lugar
apartado y algún tiempo desocupado para vuestros
espirituales ejercicios; y habiendo primero pedido al
Señor, confiad en su bondad, que ahora os lo concedan,
ahora no, todo será para vuestro provecho, si vos osáis
tomarlo como de la mano de Dios, con obediencia y
sosiego. Y vuestros padres darán cuenta al Señor—y no
cualquier cuenta—de lo que os mandan a vos. Lo cual vos
no miréis, mas conviene que lo miren ellos; pues como
San Ambrosio dice, «es merced de nuestro Señor, y muy
provechosa, tener hijo o hija que quiera servir a Dios en
virginidad, con desprecio del mundo y particular
llamamiento de vida espiritual.»

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