CAPITULO 2
Que no debemos oír el lenguaje del mundo y honra
vana; y cuan grande señorío tiene sobre los corazones de
los que la siguen; y cuál será el castigo de los tales.
El lenguaje del mundo no le hemos de oír, porque es todo mentiras, y muy perjudiciales para quien las creyere, haciéndole que no siga la verdad que es, sino la mentira que tiene apariencia y se usa. Y con esto engañado él hombre, echa tras sus espaldas a Dios y a su santo agradamiento, y ordena su vida por el ciego norte del complacimiento del mundo, y engéndrasele un corazón deseoso de honra y de ser estimado de hombres;
semejante al de los antiguos soberbios romanos, de los cuales dice San Agustín que por amor de la honra
mundana deseaban vivir, y por ella no temieron morir.
Précianla tanto, que en ninguna manera pueden sufrir ni una liviana palabra que contra ella se diga, ni cosa que sepa ni huela a desprecio ni de muy lejos.
Antes hay en esto tantas sutilezas y puntos, que por maravilla hay
quien se escape de no tropezar en alguno de ellos, y ofender al sensible mundano, y aun muchas veces sin
pensar que le ofende. Mas éstos tan fáciles en el sentir el desprecio, ¡ cuán difíciles y pesados son en lo despreciar y en lo perdonar! Y si alguno lo quisiere hacer, qué tropel de falsos amigos y de parientes se levantarán contra él, y alegarán tales leyes y fueros del mundo, que dé éllos se concluya que es mejor perder la hacienda y salud, casa y mujer e hijos; y aun esto les parece poco; pues dicen que
se pierda la vida del cuerpo y del ánima; y todo lo de la tierra y del-cielo; y que el mismo Dios y su Ley sean
tenidos en poco y puestos debajo de los pies, porque Ia vanísima honra no se pierda, y sea; estimada sobre todas las; cosas y sobre el mismo Dios.
¡Oh honra vana, condenada por Cristo en la cruz a costa de sus grandes deshonras! ¿Y quién te dio asiento
en el templo de Dios, que es el corazón cristiano, con tan grande estima, que a semejanza del Anticristo, quieras tú ser más preciada que el Altísimo Dios? ¿Quién te hizo competidora con Dios, y que le lleves ventaja en algunos corazones, en ser preciada más que Él, renovándole aquella grave injuria que le fue hecha cuando quisieron a Barrabás más que a Él? (Jn., 18, 40.) Grande por cierto es
tu tiranía en los corazones de los sujetos a ti, y con gran presteza y facilidad te hacen servicio, por costoso que sea. Pensaba Aarón (Ex., 32, 24) que por pedir él los zarcillos de oro, que traían en las orejas las mujeres e hijos e hijas de aquéllos que le pedían ídolo a él, que, por no ver despojados a los que amaban, se apartarían de la mala demanda del falso dios; y no fue así, porque no bien fueron pedidos cuando fueron dados. Ni se tuvo cuenta, ni se tiene, con lo que han menester casa ni hijos, con tal
que haya ídolo de honra, al cual sacrifiquen. Y acaece
muchas veces, que algunos de los que te sirven entienden
cuan vana cosa y sin tomo (importancia, valor y estima)
eres, y cuan perdida cosa es seguirte; y pudiendo librarse
de tu grave yugo con sólo romper contigo, es tanta su
flaqueza y miseria, que eligen más reventar, y hacer
contra la honra de Dios, que descansar y honrar a Dios
huyendo de ti.
Serviréis a, dioses ajenos de día y de noche (Jerem.,
16, 13), echa Dios por maldición a los que sirven a los
falsos dioses; y cúmplese muy bien en los que adoran la
honra. Hablando San Juan (12, 43) de una gente principal
de Jerusalén, que creyeron en Cristo, mas no osaron
publicarse por suyos por respeto de los hombres, dice de
ellos con gran vituperio que amaron más la honra de los
hombres que la honra de Dios. Lo cual con mucha razón
se puede decir de estos amadores de la honra, pues
vemos que por no ser despreciados de los hombres
desprecian a Dios, cuya Ley se avergüenzan de seguir,
por no ser avergonzados de los hombres.
10
Mas hagan lo que quisieren; honren su honra basta
que no puedan más; que fija y firme está la sentencia
pronunciada contra ellos por Jesucristo, soberano Juez,
que dice (Lc, 9, 26): Quien se avergonzare de Mí y de mis
palabras, avergonzarse ha de él el Hijo de la Virgen;
cuando viniere en su Majestad y de su Padre y de sus
ángeles. Y entonces cantarán todos los ángeles y todos
los Santos (Ps., 118, 137): Justo eres, Señor, y justos tus
juicios; que si el vil gusano se avergonzó de seguir al Rey
de la Majestad, que Tú, Señor, te avergüences, siendo la
misma honra y alteza, de que una cosa tan baja y tan
mala esté en compañía de los tuyos y tuya. ¡ Oh, con qué
ímpetu (Apoc, 18, 21) será entonces echada la honra de
Babilonia en los profundos infiernos, en compañía de
tormentos del soberbio Lucifer, pues quisieron ser
compañeros de él en la culpa de la soberbia! No se burle;
nadie, ni tenga por pequeño mal el amor de la honra del
mundo, pues el Señor, que escudriña los corazones, dijo a
los fariseos (Jn., 5, 44): ¿Cómo podéis creer en Mí, pues
que buscáis ser honrados unos de otros, y no buscáis la
honra que de sólo Dios viene? Y pues este mal afecto es
tan poderoso, que bastó a hacer que no creyesen en
Jesucristo, ¿qué mal no podrá?, ¿y quién de él no se
santiguará? Por lo cual dijo San Agustín que ninguno
sabe qué fuerzas tiene para dañar el amor de la honra
vana, sino aquel a quien ella hubiere movido guerra.
Conociendo la vida de San Juan de Avila.
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