Juan de Ávila nunca partió para las entonces llamadas Indias. Falló su deseo
de ir a Nueva España (México). Otros eran los designios del Altísimo. El
Arzobispo Alonso Manrique (9), entonces
Inquisidor General, le mandó quedarse en Sevilla, iniciándolo en la predicación,
con la que tan notables servicios prestaría al Pueblo de Dios.
Desde un principio se vinculó con él un grupo de clérigos, que se reunían
para ahondar en su formación espiritual y pastoral. Si bien además de la
celebración de los sacramentos, en particular la Eucaristía, la predicación era
su principal ministerio, desde un primer momento Ávila mostró predilección por
la atención de hospitales y por la doctrina de los niños y jóvenes. Corriendo el
tiempo sería un gran promotor de escuelas, y un pedagogo de talla, cuya
influencia se prolongaría a lo largo del tiempo.
Su predicación lo hizo popular, realizando misiones en la zona de Andalucía.
En 1531 fue denunciado a la Inquisición acusado de haber proferido algunas
proposiciones sospechosas. Tras el proceso informativo del Santo Oficio, fue
puesto en prisión, donde permaneció debido a esas acusaciones hasta julio de
1533. Sometido a un interrogatorio "preliminar", y luego de responder a varios
cargos que se le hacían, «todos los dichos inquisidores y letrados fueron
unánimemente de parecer que el dicho bachiller de Ávila fuese absuelto de la
instancia de juicio».
Ávila quedaba libre. La Inquisición le mandaba moderarse en sus expresiones
para evitar malas interpretaciones y escándalo entre los feligreses. El proceso
del Santo Oficio purificó y templó aún más la vida interior del Santo. Eran
tiempos confusos, en los que el límite entre la ortodoxia y las novedades
peligrosas para la fe estaban fijándose. Eran también tiempos de sospechas y
pasiones, donde fácilmente se levantaban falsos testimonios. No fueron pocos los
fidelísimos a la Iglesia que cayeron bajo la celosa penitencia de los custodios
de la Inquisición. Ellos, sin embargo, fueron siempre respetuosos de la acción
del Santo Oficio, apresurándose a purificar sus obras de cuanto errado o confuso
pudiera dar pie a «frisar con el lenguaje y frases de los herejes», como decía
San Francisco de Borja en un conocido sermón.
Luego de permanecer un tiempo en Sevilla, se marcha a la ciudad de los
Califas. Para 1535, está en Córdoba, donde hace conocer el manuscrito del
Audi, filia, elaborado a poco de salir de la prisión. Al año siguiente
lo descubrimos en Granada, donde encuentra a Juan Ciudad Duarte, mejor conocido
por nosotros como Juan de Dios (10), a quien
encamina por senderos que le harán alcanzar la perfección en la caridad y cuyas
virtudes serán públicamente reconocidas por la Iglesia. Es en ese tiempo que se
vincula fraternalmente con Luis de Granada (11), el conocido fraile dominico cuyas obras espirituales se
editan hasta nuestros días.
Es también en Granada donde ocurre aquel famoso episodio con otro hombre que
alcanzará los altares, Francisco de Borja (12). Para mediados de mayo de 1539, llegó a la ciudad el Duque
de Gandía acompañando el cadáver de la emperatriz Dña. Isabel. El sermón en la
Catedral estuvo a cargo de Juan de Ávila, quien después fue llamado para
dialogar por el futuro San Francisco, quien le solicitó consejo. Según pone Luis
Sala en su biografía, sería luego del diálogo espiritual entre Juan y Francisco
que este último habría quedado «pensativo, abrigando en su ánimo un propósito:
no más servir a señor que se pudiera morir». Según esto, parecería haber
intervenido San Juan de Ávila en las cavilaciones de San Francisco al ver
marchitarse rápidamente los restos mortales de la emperatriz.
En las más de 250 cartas suyas que se conservan se encuentra el testimonio de
su diálogo epistolar con personas de vida cristiana ejemplar, entre ellas
algunos santos hoy canonizados. Así por ejemplo con San Juan de Dios y San
Francisco de Borja, así como con San Ignacio de Loyola, San Juan de Ribera (13) y Santa Teresa de Jesús (14).
Al parecer es en Granada donde finaliza sus estudios de teología, que había
dejado inacabados, pues es allí donde por primera vez se le da el título de
Maestro.
Como su modelo San Pablo, como predicador es infatigable, «insiste a tiempo y
a destiempo» (15). Hacendoso por el anuncio
de la Buena Nueva, predica, da consejo espiritual, ayuda a los pobres, enseña la
doctrina cristiana. Desde Granada inicia la «evangelización metódica» (16) avanzando por las villas y las ciudades
año tras año. El Maestro Juan de Ávila venía reuniendo discípulos en torno suyo.
Algunos son laicos, otros son sacerdotes. Entre estos últimos se encuentran
quienes conforman un movimiento de «sacerdotes operarios y sanctos». Se llega a
hablar hoy de «San Juan de Ávila y su escuela», de su «escuela sacerdotal» (17), incluso de «un movimiento sacerdotal de
tipo reformardor». Uno de los objetivos principales del Santo es la reforma
eclesial, y para ello ve como buen camino la fundación de institutos educativos
para niños, jóvenes y para candidatos al sacerdocio. Su estilo catequético
pasará, a través de sus discípulos, a jesuitas, carmelitas y seculares,
plasmándose en el estilo pedagógico de la enseñanza de la doctrina que se
difunde mucho en el siglo XVI español.
San Juan y los suyos fundan unos quince colegios menores y mayores, sin
contar las escuelas para seminaristas que fundó o inspiró en Granada, Córdoba y
Évora, en Portugal. Entre ellos destaca la universidad de Baeza, en Jaén.
Mientras crecía su fama, se incrementaba el número de sus seguidores, y de los
que recurrían a él para discernimiento espiritual.
Conociendo la vida de San Juan de Avila.
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