miércoles, 1 de agosto de 2012

San Juan de Avila: Apostolado andaluz(II)

Juan de Ávila nunca partió para las entonces llamadas Indias. Falló su deseo de ir a Nueva España (México). Otros eran los designios del Altísimo. El Arzobispo Alonso Manrique (9), entonces Inquisidor General, le mandó quedarse en Sevilla, iniciándolo en la predicación, con la que tan notables servicios prestaría al Pueblo de Dios.

Desde un principio se vinculó con él un grupo de clérigos, que se reunían para ahondar en su formación espiritual y pastoral. Si bien además de la celebración de los sacramentos, en particular la Eucaristía, la predicación era su principal ministerio, desde un primer momento Ávila mostró predilección por la atención de hospitales y por la doctrina de los niños y jóvenes. Corriendo el tiempo sería un gran promotor de escuelas, y un pedagogo de talla, cuya influencia se prolongaría a lo largo del tiempo.

Su predicación lo hizo popular, realizando misiones en la zona de Andalucía. En 1531 fue denunciado a la Inquisición acusado de haber proferido algunas proposiciones sospechosas. Tras el proceso informativo del Santo Oficio, fue puesto en prisión, donde permaneció debido a esas acusaciones hasta julio de 1533. Sometido a un interrogatorio "preliminar", y luego de responder a varios cargos que se le hacían, «todos los dichos inquisidores y letrados fueron unánimemente de parecer que el dicho bachiller de Ávila fuese absuelto de la instancia de juicio».

Ávila quedaba libre. La Inquisición le mandaba moderarse en sus expresiones para evitar malas interpretaciones y escándalo entre los feligreses. El proceso del Santo Oficio purificó y templó aún más la vida interior del Santo. Eran tiempos confusos, en los que el límite entre la ortodoxia y las novedades peligrosas para la fe estaban fijándose. Eran también tiempos de sospechas y pasiones, donde fácilmente se levantaban falsos testimonios. No fueron pocos los fidelísimos a la Iglesia que cayeron bajo la celosa penitencia de los custodios de la Inquisición. Ellos, sin embargo, fueron siempre respetuosos de la acción del Santo Oficio, apresurándose a purificar sus obras de cuanto errado o confuso pudiera dar pie a «frisar con el lenguaje y frases de los herejes», como decía San Francisco de Borja en un conocido sermón.

Luego de permanecer un tiempo en Sevilla, se marcha a la ciudad de los Califas. Para 1535, está en Córdoba, donde hace conocer el manuscrito del Audi, filia, elaborado a poco de salir de la prisión. Al año siguiente lo descubrimos en Granada, donde encuentra a Juan Ciudad Duarte, mejor conocido por nosotros como Juan de Dios (10), a quien encamina por senderos que le harán alcanzar la perfección en la caridad y cuyas virtudes serán públicamente reconocidas por la Iglesia. Es en ese tiempo que se vincula fraternalmente con Luis de Granada (11), el conocido fraile dominico cuyas obras espirituales se editan hasta nuestros días.

Es también en Granada donde ocurre aquel famoso episodio con otro hombre que alcanzará los altares, Francisco de Borja (12). Para mediados de mayo de 1539, llegó a la ciudad el Duque de Gandía acompañando el cadáver de la emperatriz Dña. Isabel. El sermón en la Catedral estuvo a cargo de Juan de Ávila, quien después fue llamado para dialogar por el futuro San Francisco, quien le solicitó consejo. Según pone Luis Sala en su biografía, sería luego del diálogo espiritual entre Juan y Francisco que este último habría quedado «pensativo, abrigando en su ánimo un propósito: no más servir a señor que se pudiera morir». Según esto, parecería haber intervenido San Juan de Ávila en las cavilaciones de San Francisco al ver marchitarse rápidamente los restos mortales de la emperatriz.

En las más de 250 cartas suyas que se conservan se encuentra el testimonio de su diálogo epistolar con personas de vida cristiana ejemplar, entre ellas algunos santos hoy canonizados. Así por ejemplo con San Juan de Dios y San Francisco de Borja, así como con San Ignacio de Loyola, San Juan de Ribera (13) y Santa Teresa de Jesús (14).

Al parecer es en Granada donde finaliza sus estudios de teología, que había dejado inacabados, pues es allí donde por primera vez se le da el título de Maestro.

Como su modelo San Pablo, como predicador es infatigable, «insiste a tiempo y a destiempo» (15). Hacendoso por el anuncio de la Buena Nueva, predica, da consejo espiritual, ayuda a los pobres, enseña la doctrina cristiana. Desde Granada inicia la «evangelización metódica» (16) avanzando por las villas y las ciudades año tras año. El Maestro Juan de Ávila venía reuniendo discípulos en torno suyo. Algunos son laicos, otros son sacerdotes. Entre estos últimos se encuentran quienes conforman un movimiento de «sacerdotes operarios y sanctos». Se llega a hablar hoy de «San Juan de Ávila y su escuela», de su «escuela sacerdotal» (17), incluso de «un movimiento sacerdotal de tipo reformardor». Uno de los objetivos principales del Santo es la reforma eclesial, y para ello ve como buen camino la fundación de institutos educativos para niños, jóvenes y para candidatos al sacerdocio. Su estilo catequético pasará, a través de sus discípulos, a jesuitas, carmelitas y seculares, plasmándose en el estilo pedagógico de la enseñanza de la doctrina que se difunde mucho en el siglo XVI español.

San Juan y los suyos fundan unos quince colegios menores y mayores, sin contar las escuelas para seminaristas que fundó o inspiró en Granada, Córdoba y Évora, en Portugal. Entre ellos destaca la universidad de Baeza, en Jaén. Mientras crecía su fama, se incrementaba el número de sus seguidores, y de los que recurrían a él para discernimiento espiritual.

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