Juan de Ávila, santo rebelde y maestro de maestros
José Manuel Vidal | Madrid
De hecho "fue maestro de maestros: de Santa Teresa, de San
Juan de Ribera o de Fray Luis de Granada", como explica Miguel Anxo Pena,
profesor de Historia y Espiritualidad de la Universidad Pontificia de Salamanca
y uno de los mayores expertos en la figura del nuevo doctor de la Iglesia.
Un santo de personalidad inabarcable, a contracorriente, rebelde con causa. "Estaba en la línea de Erasmo y de Luis Vives, la del humanismo más hermoso. Pedía hacer del trabajo virtud, en una época de señoritismo, chocando con la tradición del hidalgo que se niega a trabajar. Insistía en que se aprovechase el tiempo", explica el bibliotecario de la Pontificia de Salamanca.
Y eso que Juan de Ávila era hidalgo de cuna. Nació en Almodóvar del Campo (Ciudad Real) el 6 de Enero de 1500 o de 1499. No está claro, para los historiadores, el año exacto de su nacimiento. Sus padres, Don Alonso de Ávila (de ascendencia judía) y Doña Catalina Jijón, formaban una familia acomodada, que disponía, entre otras propiedades, de una mina de plata en Sierra Morena.
Precisamente por eso, Juan pudo dedicarse a estudiar Gramática y Latín desde pequeño, para pasar, después, a la Universidad de Salamanca, cuna del saber de la época, donde estuvo cuatro años estudiando Leyes. Una estancia que marcó al joven estudiante, a pesar de referirse a la carrera como "leyes negras".
En Alcalá también trabó amistad con Pedro Guerrero, futuro arzobispo de Granada, con el venerable Fernando de Contreras, con el Padre Francisco de Osuna y con el mismísimo San Ignacio de Loyola.
Terminados sus estudios eclesiástico, se ordenó sacerdote en 1526. Tras su primera misa y para honrar la memoria de sus padres, recientemente fallecidos, organizó una comida para los pobres, vendió los muchos bienes que había heredado y los repartió entre los necesitados, "para predicar a Cristo en pobreza y humildad".
De hecho, en vez de buscar prebendas y canonjías, como era habitual en los clérigos bien formados y con posibles, Juan de Ávila sintió el gusanillo de las misiones y se dirigió a Sevilla, con la intención de embarcarse con dirección a América. Pero su amigo y compañero, Fernando Contreras, alertó de su valía al arzobispo de Sevilla, Alonso Manrique, que, tras oírlo predicar, le ordenó que se quedase en las "Indias del mediodía español".
Juan de Ávila no quiso defenderse y pasó un año entero en la prisión inquisitorial de Sevilla. Un año que se convirtió en su experiencia espiritual "fundante". Absuelto, al fin, por la Inquisición, se traslada a Córdoba, desde donde irradia su apostolado por toda Andalucía, especialmente en Granada, donde convirtió a San Juan de Dios y aconsejó a San Francisco de Borja.
Y sus predicaciones se hicieron famosas. Primero, porque, según los expertos, se basaban "en la oración, el sacrificio, el estudio y, sobre todo, en el ejemplo". En efecto, podía hablar claro y sin pelos en la lengua, porque había renunciado a varios obispados y al cardenalato, no aceptaba limosnas ni estipendios por los sermones, ni hospedaje en la casa de los ricos o en los palacios episcopales. Y tercero, por su prodigiosa memoria. Tanta que llegó a ser lugar común en la época decir que "si por desgracia la Biblia se llegara a perder, él solo la restituiría a la Iglesia, porque se la sabía de memoria".
Sus denuncias al despilfarro de los ricos crearon escuela: "No es de ley hermanos que vistáis y comáis como habéis gana, y que los otros no tengan ni qué vestir ni qué comer. Vuestras demasías son robos que hurtáis a los pobres, para los cuales os lo dio Dios, y no para locuras".
El nuevo doctor de la Iglesia no sólo predicaba, sino que, además, creaba colegios (fundó unos 20) de índole muy variada, muchos de los cuales cedería, después, a la naciente Compañía de Jesús. Entre ellos, la Universidad de Baeza.
En Montilla (Córdoba) pasa los últimos años de su vida. Allí escribe la mayoría de sus cartas y revisa sus obras más importantes. Su obra señera, El 'Audi, Filia' fue publicada después de su muerte. Felipe II apreció tanto el libro que pidió que no faltara nunca en El Escorial. Y el cardenal Astorga, arzobispo de Toledo, diría que de él que "había convertido más almas que letras tiene". Se trata prácticamente del primer libro en lengua vulgar que expone el camino de perfección para todo fiel, aun el más humilde.
Juan de Ávila no hizo testamento, porque dijo que no tenía nada que testar. Pidió que celebraran por él muchas misas; rogó encarecidamente que le dijeran lo que se dice a quienes van a morir por sus delitos, manifestó el deseo de que su cuerpo fuera enterrado en la iglesia de los jesuitas y murió diciendo: "Ya no tengo pena de este negocio". Era el 10 de mayo de 1569. Santa Teresa, al enterarse de su muerte, se puso a llorar y, al preguntarle la causa de su llanto, sentenció: "Lloro porque pierde la Iglesia de Dios una gran columna".
Y es que, como señala el arzobispo castrense Juan del Río, experto en el santo, "Juan de Ávila no es importante sólo para los católicos, sino para todos; una de las figuras más relevantes de nuestra cultura hispánica". Se trata, a juicio del prelado, del "iniciador de la ascética y de la mística. Una joya desconocida para el gran público y olvidado por ciertos sectores universitarios. Hombre culto de su época, con amplios conocimientos bíblicos, patrísticos, teológicos y humanísticos. Fue reformador, pedagogo, evangelizador y hasta inventor".
Y sobre todo, un gran comunicador. "Como predicador del Evangelio, gozó de fama de buen comunicador en su tiempo. Llenaba las iglesias y las plazas, motivaba al auditorio a la conversión a Jesucristo y a una vida cristiana más auténtica. Su estilo era natural, elegante, cálido al modo paulino y, además, repleto de figuras atractivas de las que se valía para comunicar los grandes principios de la fe a sabios y gentes sencillas".
Beatificado por León XIII y canonizado en 1970 por Pablo VI, en 1946 Pío XII le declaró patrono del clero secular español. Ahora, Benedicto XVI, el Papa teólogo, lo va a elevar al altar especial de los Doctores de la Iglesia.
Un santo de personalidad inabarcable, a contracorriente, rebelde con causa. "Estaba en la línea de Erasmo y de Luis Vives, la del humanismo más hermoso. Pedía hacer del trabajo virtud, en una época de señoritismo, chocando con la tradición del hidalgo que se niega a trabajar. Insistía en que se aprovechase el tiempo", explica el bibliotecario de la Pontificia de Salamanca.
Y eso que Juan de Ávila era hidalgo de cuna. Nació en Almodóvar del Campo (Ciudad Real) el 6 de Enero de 1500 o de 1499. No está claro, para los historiadores, el año exacto de su nacimiento. Sus padres, Don Alonso de Ávila (de ascendencia judía) y Doña Catalina Jijón, formaban una familia acomodada, que disponía, entre otras propiedades, de una mina de plata en Sierra Morena.
Precisamente por eso, Juan pudo dedicarse a estudiar Gramática y Latín desde pequeño, para pasar, después, a la Universidad de Salamanca, cuna del saber de la época, donde estuvo cuatro años estudiando Leyes. Una estancia que marcó al joven estudiante, a pesar de referirse a la carrera como "leyes negras".
Amigo de Ignacio de Loyola
En la ciudad del Tormes experimentó una profunda conversión espiritual y decidió regresar a su pueblo natal de Almodóvar, para llevar una vida de recogimiento, piedad y penitencia. En 1520, cuando contaba 20 años de edad y aconsejado por un religioso franciscano, marcha a estudiar Artes y Teología a Alcalá de Henares. Allí demuestra ya su gran valía intelectual, atestiguada por el gran teólogo Domingo de Soto. Allí estuvo en contacto con las grandes corrientes reformistas del momento. Y allí conoció el erasmismo, las diversas escuelas teológicas y filosóficas y la preocupación por el conocimiento de las Sagradas Escrituras y los Padres de la Iglesia.En Alcalá también trabó amistad con Pedro Guerrero, futuro arzobispo de Granada, con el venerable Fernando de Contreras, con el Padre Francisco de Osuna y con el mismísimo San Ignacio de Loyola.
Terminados sus estudios eclesiástico, se ordenó sacerdote en 1526. Tras su primera misa y para honrar la memoria de sus padres, recientemente fallecidos, organizó una comida para los pobres, vendió los muchos bienes que había heredado y los repartió entre los necesitados, "para predicar a Cristo en pobreza y humildad".
De hecho, en vez de buscar prebendas y canonjías, como era habitual en los clérigos bien formados y con posibles, Juan de Ávila sintió el gusanillo de las misiones y se dirigió a Sevilla, con la intención de embarcarse con dirección a América. Pero su amigo y compañero, Fernando Contreras, alertó de su valía al arzobispo de Sevilla, Alonso Manrique, que, tras oírlo predicar, le ordenó que se quedase en las "Indias del mediodía español".
Encarcelado y juzgado por la Santa Inquisición
Eligió Écija como centro de sus operaciones de predicador itinerante, pero pronto levantó los celos de algunos clérigos y fue encarcelado, como sospechoso de herejía, por la Santa Inquisición. Con graves acusaciones para la época: Llamaba mártires a los quemados por herejes, cerraba el cielo a los ricos, no explicaba correctamente el misterio de la Eucaristía, aseguraba que la Virgen había tenido pecado venial, tergiversaba el sentido de la Escritura, decía que era mejor dar limosna que fundar capellanías o que la oración mental era mejor que la oración vocal.Juan de Ávila no quiso defenderse y pasó un año entero en la prisión inquisitorial de Sevilla. Un año que se convirtió en su experiencia espiritual "fundante". Absuelto, al fin, por la Inquisición, se traslada a Córdoba, desde donde irradia su apostolado por toda Andalucía, especialmente en Granada, donde convirtió a San Juan de Dios y aconsejó a San Francisco de Borja.
Y sus predicaciones se hicieron famosas. Primero, porque, según los expertos, se basaban "en la oración, el sacrificio, el estudio y, sobre todo, en el ejemplo". En efecto, podía hablar claro y sin pelos en la lengua, porque había renunciado a varios obispados y al cardenalato, no aceptaba limosnas ni estipendios por los sermones, ni hospedaje en la casa de los ricos o en los palacios episcopales. Y tercero, por su prodigiosa memoria. Tanta que llegó a ser lugar común en la época decir que "si por desgracia la Biblia se llegara a perder, él solo la restituiría a la Iglesia, porque se la sabía de memoria".
Sus denuncias al despilfarro de los ricos crearon escuela: "No es de ley hermanos que vistáis y comáis como habéis gana, y que los otros no tengan ni qué vestir ni qué comer. Vuestras demasías son robos que hurtáis a los pobres, para los cuales os lo dio Dios, y no para locuras".
El nuevo doctor de la Iglesia no sólo predicaba, sino que, además, creaba colegios (fundó unos 20) de índole muy variada, muchos de los cuales cedería, después, a la naciente Compañía de Jesús. Entre ellos, la Universidad de Baeza.
En Montilla (Córdoba) pasa los últimos años de su vida. Allí escribe la mayoría de sus cartas y revisa sus obras más importantes. Su obra señera, El 'Audi, Filia' fue publicada después de su muerte. Felipe II apreció tanto el libro que pidió que no faltara nunca en El Escorial. Y el cardenal Astorga, arzobispo de Toledo, diría que de él que "había convertido más almas que letras tiene". Se trata prácticamente del primer libro en lengua vulgar que expone el camino de perfección para todo fiel, aun el más humilde.
'Pierde la Iglesia una gran columna'
Siempre estuvo muy cerca de los jesuitas e, incluso, a punto de ingresar en la Compañía, cuyos ideales compartía. Si no lo hizo fue por encontrarse ya anciano y enfermo. De hecho, al enterarse San Ignacio de la posibilidad de que Juan de Ávila entrase en su orden, dijo: "Lo recibiremos como al Arca del Testamento".Juan de Ávila no hizo testamento, porque dijo que no tenía nada que testar. Pidió que celebraran por él muchas misas; rogó encarecidamente que le dijeran lo que se dice a quienes van a morir por sus delitos, manifestó el deseo de que su cuerpo fuera enterrado en la iglesia de los jesuitas y murió diciendo: "Ya no tengo pena de este negocio". Era el 10 de mayo de 1569. Santa Teresa, al enterarse de su muerte, se puso a llorar y, al preguntarle la causa de su llanto, sentenció: "Lloro porque pierde la Iglesia de Dios una gran columna".
Y es que, como señala el arzobispo castrense Juan del Río, experto en el santo, "Juan de Ávila no es importante sólo para los católicos, sino para todos; una de las figuras más relevantes de nuestra cultura hispánica". Se trata, a juicio del prelado, del "iniciador de la ascética y de la mística. Una joya desconocida para el gran público y olvidado por ciertos sectores universitarios. Hombre culto de su época, con amplios conocimientos bíblicos, patrísticos, teológicos y humanísticos. Fue reformador, pedagogo, evangelizador y hasta inventor".
Y sobre todo, un gran comunicador. "Como predicador del Evangelio, gozó de fama de buen comunicador en su tiempo. Llenaba las iglesias y las plazas, motivaba al auditorio a la conversión a Jesucristo y a una vida cristiana más auténtica. Su estilo era natural, elegante, cálido al modo paulino y, además, repleto de figuras atractivas de las que se valía para comunicar los grandes principios de la fe a sabios y gentes sencillas".
Beatificado por León XIII y canonizado en 1970 por Pablo VI, en 1946 Pío XII le declaró patrono del clero secular español. Ahora, Benedicto XVI, el Papa teólogo, lo va a elevar al altar especial de los Doctores de la Iglesia.
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