Audi, filia
Dedicados a Dña. Sancha Carrillo, dirigida suya, San Juan va escribiendo
algunos pliegos con advertencias sobre el buen vivir en los caminos de la fe,
teniendo como inspiración el salmo 44(45), cuyo versículo 11 empieza en latín
con las palabras «Audi, filia» («Escucha, hija»).
El tratado pasará por no pocas vicisitudes, desde su origen primero como
escritos «ocasionales» de dirección espiritual específicamente dirigidos a una
persona concreta con ciertas características propias. Poco tiempo después de ser
liberado por la Inquisición, a mediados de 1533, el de Ávila completaba el
núcleo inicial de lo que sería la famosa obra (33). Para 1535 empiezan a circular manuscritos de la misma que
en poco tiempo muestran añadidos y corrupción textual al punto que se hace
necesario que el autor fije su texto a través de la imprenta. Aún demora un
tiempo, probablemente con escrúpulo por cómo habrían de ser tomados ciertos
pasajes. Nos podemos hacer una idea de lo que podría haber pensado que le
ocurría a su escrito, si hacemos una lectura retrospectiva de lo que le dice a
Teresa de Ávila, ante una consulta de la Santa, en carta del 12 de setiembre de
1568: «El libro no está para salir a manos de muchos, porque ha menester limar
las palabras de él en algunas partes; en otras, declararlas; y otras hay que al
espíritu de vuestra merced pueden ser provechosas, y no lo serían a quien las
siguiese; porque las cosas particulares por donde Dios lleva a unos, no son para
otros» (34).
En todo caso, hacia 1539, una redacción completa del Audi, filia era
conocida por fray Luis de Granada, quien con admiración seguía los pasos
espirituales de Ávila. En 1545, el Conde de Palma, Luis Portocarrero, ofrece
sufragar la edición. Ya no se trata de la obra original, sino de un tratado más
amplio y que corregía «muchas mentiras peligrosas» que se habían ido colando en
las muchas copias a mano que circulaban, a punto que «siendo por mí compuesto,
yo mismo no le entendía», escribe San Juan en su dedicatoria al Conde de
Palma.
«El intento del libro es dar algunas enseñanzas y reglas cristianas, para que
las personas que comienzan a servir a Dios, por su gracia sepan efectuar su
deseo. Y estas reglas quise más fuesen seguras que altas, porque, según la
soberbia de nuestro tiempo, de esto me pareció haber más necesidad. Danse
primero algunos avisos, con que nos defendamos de nuestros especiales enemigos,
y después gástase lo demás en dar camino para ejercitarnos en el conocimiento de
nuestra miseria y poquedad, y el conocimiento de nuestro bien y remedio, que
está en Jesucristo. Las cuales dos cosas son las que en esta vida más provechosa
y seguramente podemos pensar».
Sin embargo, la convocatoria del Concilio de Trento, en 1546, mueve a San
Juan a esperar los resultados de las decisiones conciliares, porque entre otros
asuntos en su obra hace referencia al tema de la justificación que sería materia
del Concilio.
Mientras trabajaba en introducir las enseñanzas tridentinas, en 1556, un
editor de Alcalá de Henares, Luis Gutiérrez, publica sin consultar con el autor,
Avisos y reglas christianas para los que dessean servir a Dios, aprovechando
en el camino espiritual. Compuestas por el Maestro Ávila, sobre aquel verso de
David: «Audi, filia, et vide et inclina aurem tuam». Se trata del texto del
manuscrito dedicado al Conde de Palma, que por alguna copia manuscrita llegó a
Luis Gutiérrez.
El tratado ascético y místico, uno de los primeros dedicados a todos los
fieles en general, en el que el autor insiste en medios como el conocimiento
propio, la oración y la penitencia, y en el que anima a recorrer un camino
iluminado por la misericordia y el amor de Dios, los méritos de Cristo, el amor
al prójimo como respuesta al amor de Dios, etc., fue incluido en el Índice
de libros prohibidos de 1559, junto con alguna obra de San Francisco de
Borja, y obras de fray Luis de Granada, entre otros muchos.
El Índice fue responsabilidad del entonces Inquisidor General
Fernando de Valdés (35), y ha estado
sumergido en una intensa y apasionada polémica. Incluía el catálogo obras de
variada índole, desde libros hebreos o mahometanos, pasando por textos de
nigromancia, hasta aquellos portadores de proposiciones heréticas, o erróneas, o
escandalosas, o sospechosas. Respondía a un amplio panorama con un trasfondo de
peligros, en donde buscando, según sus luces y afectos, amparar los contenidos
de la fe y la praxis cristiana, los inquisidores cayeron con sus
censuras sobre no pocas obras. Como se sabe, la polémica sobre el
Índice sigue hasta nuestros días. Pero el caso es que el Maestro Ávila
toma noticia de las censuras y procede a reformar más el Audi, filia,
lamentando que la obra fuera publicada «sin la corrección del autor». En
realidad el estilo algo fogoso y por momentos nebuloso que se percibe en algunos
pasajes de la primera edición, pudo haber llevado a ciertas imprecisiones que
detectan los peritos de la Inquisición y que motivan la censura del libro.
Habría que tomar en su debido peso lo que fray Álvaro Huerga señala sobre el
famoso predicador, más dado al estilo oral que al escrito: «Casi nunca escribió
Ávila para la imprenta: escribía para los amigos, para las almas. Las copias
circulaban de mano en mano, exhalando perfume y doctrina. Las ediciones son
generalmente tardías» (36). Así se constata
en este caso del Audi, filia.
Ya por los problemas suscitados, ya por aquellas razones que mencionará con
gran minuciosidad y detalle en su carta a Santa Teresa, ya referida, el Maestro
Ávila irá depurando su trabajo, expurgándolo de todo lo que pudiera llevar a
error o escándalo, precisando conceptos y expresiones, ampliando pasajes e
incluso introduciendo nuevos capítulos en busca de mayor claridad que en la
primera edición. Inclusive hasta finales de 1568 tomará en cuenta las
observaciones a su trabajo formuladas por el dominico fray Alberto de Aguayo (37), más adelante Obispo de Astorga. Con las
enmiendas del tratado tenemos la edición definitiva, obra de toda una vida de
San Juan de Ávila, póstumamente publicada en 1574 por sus discípulos con el
título de: Audi, filia. Libro espiritual, que trata de los malos lenguajes
del mundo, carne y demonio, y de los remedios contra ellos. De la fee y del
proprio conoscimiento, de la penitencia, de la oración, meditación y passión de
Nuestro Señor Iesu Christo, y del amor de los proximos.
El largo proceso de redacción, precisión, depuración y de humilde corrección
del Audi, filia pone de relieve una característica fundamental del
Santo: su inmenso amor a la Iglesia. No se aferra a lo suyo, no se cree medida
de todas las cosas, no usa de influencias para evitar tener que rectificarse, no
lanza sutiles ni explícitas campañas de propaganda para rodearse de una aureola
que lo haga una especie de "intocable", no usa el esquema de "víctima" de
incomprensiones, ni nada que a estas argucias se asemeje. Su amor a la Iglesia,
su confianza en los Pastores, lo conduce con serenidad por el camino de la
humilde rectificación. El cuidado y diligencia que pone en ello, muestra también
claramente su respeto por el ser humano, a quien no quiere defraudar ni guiar
por senderos de error. Predomina en él una eclesiología clara que se expresa
tanto en sus actos como en su enseñanza: «Siempre veremos esto -dice- en los
amigos de Dios: que cualquiera corrección que de parte de Dios se les da,
cualquiera reprehensión que se les haga, la admiten con grande voluntad y con
muy alegre corazón, sin indinarse contra los ministros que Dios toma para aquel
oficio; los malos, al revés» (38). San Juan
de Ávila se muestra así, con sus hechos, como un "amigo de Dios".
Los rasgos principales de la doctrina espiritual expuesta en la edición de
1556 son fundamentalmente los mismos que en la definitiva de 1574. Sin embargo,
los cambios que se hicieron necesarios son claramente perceptibles en algunos
pasajes y en varios añadidos. Una comparación de ambas ediciones deja ver que
muchos de éstos son prudentes precisiones para aclarar ideas que quedaban
oscuras o que expresadas sin el necesario rigor y el debido matiz teológico eran
susceptibles de llevar al error (39).
En el libro se puede apreciar una visión más o menos sistemática de la
enseñanza espiritual de Ávila. Incluso en muchas de sus cartas se perciben ecos
muy claros de las mismas ideas que se encuentran recogidas en el libro. En todo
caso no hay que olvidar que el Audi, filia es una obra que se va
depurando y precisando a lo largo de algunas décadas y en ese sentido refleja el
proceso de maduración de su autor y su crecimiento en experiencia, en doctrina y
en vida cerca al Señor.
Conociendo la vida de San Juan de Avila.
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